Iglesia, padres y familias, necesitamos proteger a nuestros hijos del acoso cibernético de los teléfonos inteligentes 

Hoy en día, el acoso sigue a nuestros hijos a casa. Los sigue hasta sus dormitorios. Hacia la noche. En sus pantallas. En sus corazones. 

El teléfono inteligente —lo que muchos llaman un dispositivo de comunicación— también se ha convertido en un megáfono para la crueldad, un portador de vergüenza y una herramienta para el tormento.  

Con sólo unos pocos toques, un adolescente puede ser burlado, acosado, excluido o humillado — a veces por personas que conoce, a veces por personas que no conoce. 

No minimicemos lo que está sucediendo. Esto no es una broma. Es acoso cibernético. Y es un torrente implacable, anónimo y profundamente dañino. 

Un nuevo tipo de acoso 

Los teléfonos inteligentes, por supuesto, no inventaron el acoso. Pero han cambiado su naturaleza. 

Antes de los teléfonos inteligentes, el acoso estaba limitado por la geografía y el tiempo. Los insultos cesaron cuando sonó la campana o terminó el viaje en autobús. Ahora bien, no hay límites. El teléfono inteligente ha hecho posible que la crueldad sea constante e ilimitada. 

Los niños son atacados a través de mensajes de texto grupales, perfiles falsos, secciones de comentarios y videos virales. La humillación se puede capturar, editar y compartir en segundos. Puede propagarse por toda una escuela o por todo Internet, incluso antes de que un padre sepa que sucedió. 

Y a diferencia de un hematoma o un ojo morado, este tipo de acoso no deja ninguna marca física. Pero las heridas emocionales son profundas. Y las cicatrices pueden durar toda la vida. 

Lo que nos dice la investigación 

Los números son aleccionadores. Casi el 60% de los adolescentes en los Estados Unidos dicen que han experimentado algún tipo de acoso cibernético. Muchos informan que se llaman nombres ofensivos, que se excluyen a propósito de los chats grupales o que se difunden rumores falsos sobre ellos en línea. 

Pero más allá de las estadísticas, recordemos: cada número es una historia. Cada punto porcentual es una persona. 

Una chica que llora hasta quedarse dormida debido a una foto manipulada que se volvió viral. Un niño que elimina sus cuentas de redes sociales después de meses de ridículo. Un adolescente tranquilo que comienza a creer los nombres que están siendo llamados. 

Estos no son escenarios hipotéticos. Estas son historias reales que se desarrollan en la vida de nuestros estudiantes, incluidas las de nuestros bancos. 

El papel de los smartphones 

¿Por qué esto se ha convertido en un problema? Porque el teléfono inteligente facilita el acoso escolar. 

Proporciona a los acosadores una plataforma poderosa y una presencia permanente. Les permite decir cosas que nunca dirían cara a cara. Los envalentona con el anonimato y la distancia. Y quizás lo peor de todo le da al acoso una larga vida útil. 

Lo que solía ser un comentario cruel susurrado a espaldas de alguien es ahora una captura de pantalla compartida cien veces. Lo que antes podía desvanecerse en un día ahora puede vivir en línea durante años. 

El teléfono inteligente hace que el acoso no sólo sea posible, sino persistente. 

El costo mental 

No podemos separar el acoso cibernético de la creciente ola de ansiedad y depresión que seducen sutilmente a los jóvenes. 

Las víctimas de acoso en línea tienen muchas más probabilidades de sufrir angustia emocional, baja autoestima y pensamientos suicidas. Para algunos, el teléfono se convierte en un símbolo de miedo, no de diversión. Cada vibración se siente como una amenaza. Cada notificación trae una nueva ola de pavor. 

Y como los adolescentes todavía están formando su identidad y resiliencia, estos ataques son especialmente profundos. No son sólo palabras. Se convierten en heridas. 

Lo que los padres a menudo pasan por alto 

Muchos padres bien intencionados ni siquiera saben que esto está sucediendo. Después de todo, su hijo todavía sonríe durante la cena. Todavía publican selfies. Todavía aparecen en el grupo de jóvenes. 

Pero detrás de esa sonrisa podría haber una pantalla llena de insultos. Detrás de ese selfie podría haber un grito desesperado de validación. Detrás de esa presencia en la iglesia podría haber un corazón roto por lo que se dijo la noche anterior. 

El acoso cibernético suele ser silencioso y secreto. Los padres y pastores deben estar atentos e informados. Haz preguntas. Esté atento a los cambios en el comportamiento. Mira más allá de la superficie. 

La iglesia debe responder 

Si se utiliza el teléfono inteligente para derribar, la Iglesia debe ser un lugar que se construya. 

Si el mundo digital dice mentiras, debemos decir la verdad.  

Si a los adolescentes se les dice que no valen nada, son feos o no deseados, debemos recordarles que están hechos — creados de manera temerosa y maravillosa a imagen de un Dios amoroso. 

Los ministerios con los jóvenes no sólo deben entretener — deben equipar.  

Los líderes  de juvenes no sólo deben acompañar, sino que deben pastorear. Las iglesias no deben simplemente asumir que los estudiantes están bien, deben preguntar, escuchar y amar. 

Quizás no podamos detener a todos los acosadores cibernéticos. Pero podemos asegurarnos de que nuestras iglesias sean casas de refugios, lugares seguros donde los jovenes sean vistos, escuchados y valorados. 

El teléfono inteligente no es inherentemente malo. Pero en las manos equivocadas o incluso en manos jóvenes e inexpertas pueden convertirse en un arma.  

Nuestros jóvenes están bajo ataque. Y llevan el campo de batalla en sus bolsillos. Seamos los que luchemos por ellos. 

La pregunta es:  

¿La Iglesia mirará hacia otro lado en forma indiferente como que todo está bien o entraremos en esta oscuridad digital, para que la verdadera luz resplandeciente de Cristo alumbre con todo su fulgor, liberando a tantos jóvenes que están siendo cautivos por acoso cibernético? 

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